viernes, 24 de septiembre de 2010

...se lo lleva la corriente





El río se enamoró de Diandra una templada mañana de Abril, cuando ella se inclinó sobre su superficie cristalina para mojarse la cara. El río sintió el reflejo y el tacto de su piel blanca, sus ojos color violeta, su largo pelo negro, y lo retuvo entre sus aguas para recordarla. Aquel fue su primer beso.


Luego, ella se despojó de su humilde vestido, y se metió desnuda en el agua. El río tocó todo su cuerpo, recorriendo con sus aguas los rincones más íntimos de sus curvas y despojándola de todo lo que la separaba de su auténtico olor, que él también atesoró en su corriente. Aquella fue la primera vez que la hizo el amor.



En los distintos tramos del río bailó con su reflejo y con su esencia, llevándolo en su superficie unas veces de modo tranquilo, otras más enérgico en los rápidos, donde nunca dejó que la espuma alterara el reflejo de la mujer que le enamoró.


Pero un día, la corriente que llevaba el reflejo y el perfume de Diandra llegó al mar, y el río no pudo retenerlos. Porque la naturaleza de las aguas de los ríos es morir en los mares, y la del Amor no es la eternidad.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Locos, amantes, poetas.

"Dejemos a los amantes y a esas imaginaciones ardientes, a esas extravagantes fantasías que van más allá de lo que la razón puede percibir. El loco, el amante y el poeta son todo imaginación: el loco, ve más demonios de los que el infierno puede contener; el amante, no menos insensato, ve la belleza de Helena en la frente de una gitana; la mirada del ardiente poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos; y como la imaginación produce formas de objetos desconocidos, la pluma del poeta los transforma y les asigna una morada etérea y un nombre. Los caprichos de una imaginación alucinada son tales, que si le ocurre a ésta sentir un acceso de alegría, encarga a un ser de su creación que sea el portador; o si en la noche se forja algún miedo, ¡con cuánta facilidad toma un zarzal por un oso!


William Shakespeare, "Sueño de una noche de verano", acto V escena 1.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Juramento de la Guardia de la Noche

Una de mis lecturas de cabecera es la saga de "Canción de hielo y fuego" de George R.R. Martin. Creo que en esto de la literatura fantástica hay mucha morralla (no he leído mucho, pero me he encontrado títulos recomendados por gente entendida en los que no he entrado nunca) y dos o tres ejemplos que merecen estar en una lista de libros muy recomendables, obras maestras: uno de ellos es, claro, "El señor de los Anillos", y la otra es la susodicha saga de George R.R. Martin, adictiva a más no poder.

En esta historia (entre otras cosas), una organización de guerreros casi monástica vigila el gran Muro que protege al "mundo libre" de los hielos del Norte y de todo lo siniestro que desde ahí acecha: la Guardia de la Noche. Los nuevos deben recitar este hermoso juramento antes de ser miembros de la citada orden. Aprovechando que la cadena americana HBO prepara la primera temporada de la serie (me muerdo las uñas, y más después de ver el teaser que incluyo aquí también), me gusta poder releer el...


JURAMENTO DE LA GUARDIA DE LA NOCHE


Escuchad mis palabras, sed testigos de mi juramento.

La noche se avecina, ahora empieza mi guardia.

No terminará hasta el día de mi muerte.

No tomaré esposa, no poseeré tierras, no engendraré hijos.

No llevaré corona, no alcanzaré la gloria.

Viviré y moriré en mi puesto.

Soy la espada en la oscuridad.

Soy el vigilante del Muro.

Soy el fuego que arde contra el frío,

la luz que trae el amanecer,

el cuerno que despierta a los durmientes,

el escudo que defiende los reinos de los hombres.

Entrego mi vida y mi honor a la Guardia de la Noche,

durante esta noche y todas las que estén por venir.

Juego de Tronos (Canción de Hielo y Fuego Volumen I)

George R. R. Martin



lunes, 6 de septiembre de 2010

La maldición de la sacerdotisa de Amón Ra

Una parte de mí (la del egiptólogo científico, el que busca pruebas y no cree en pamplinas de "piramidiotas", ovnis que vienen a construir pirámides y tontunas similares) se resiste a hablar de este tema en este espacio. Pero otra parte de mí (la del tipo que vive más en el lado de la Fantasía y la imaginación que en la dura realidad) le encanta la maldición de la sacerdotisa Amón Ra, no tan conocida como la de Tutankhamon. Esta ni es maldición ni es nada: probad a abrir unas estancias que han estado cerradas durante 3.500 años y respirad sin protección, a ver que os pasa. Unid a eso una serie de casualidades -en el mismo instante en que se producía el fallecimiento de Lord Carnarvon, que financió la excavación, cerraba asimismo para siempre sus ojos en su castillo de Inglaterra su perra favorita, Susie, y se apagaban todas las luces de la capital egipcia, a pesar de que el suministro de electricidad estaba a cargo de seis generadores independientes.- y tendréis una bonita maldición. Pero la de la sacerdotisa...da canguelo.

La Princesa de Amon-Ra, tambien conocida como la Sacerdotisa de Amon-Ra, vivió hace más de tres mil años en Egipto. Al morir, su cuerpo embalsamado fue depositado en un bello sarcófago de madera y éste enterrado en una cripta de Luxor, junto a la ribera del Nilo. A finales del año 1890, cuatro jóvenes adinerados de Inglaterra visitaron las excavaciones arqueológicas del lugar el día preciso en que la cámara mortuoria había sido descubierta y tuvieron la posibilidad de contemplar el sarcófago de la princesa, recién extraído de su lugar de descanso eterno. Pero no se conformaron con observarlo y participaron de una subasta para adquirir dicho tesoro. Uno de ellos, fijo una suma convenientemente alta y pidió ayuda a unos nativos para trasladar el sarcófago hasta el hotel en donde se hospedaba. Algunas horas más tarde, el flamante propietario del sarcófago se internó solo en las arenas del desierto y no volvió a ser visto jamás. Al día siguiente, uno de sus tres compañeros perdió un brazo tras ser herido accidentalmente por el disparo de uno de sus criados egipcios. La maldición atacó a los dos amigos restantes cuando volvieron a Inglaterra; Uno de ellos descubrió que se encontraba en bancarrota y el otro fue afectado por una extraña enfermedad que lo dejó paralítico.

Algún tiempo después, y tras la misteriosa racha de infortunios, el sarcófago llegó a Inglaterra dejando un rastro de desgracias. Su nuevo dueño, un empresario del lugar, sería una nueva víctima de la cadena de extraños incidentes; Un accidente fatal de tres de sus familiares y el incendio repentino de su propiedad. Como éste último caballero era muy supersticioso e inmediatamente le atribuyó las descgracias a la posesion adquirida, se deshizo del sarcófago, donándolo al Museo Británico. La supuesta maldición, afectó tambien al vehiculo que lo transportaba, ya que el camión se puso en marcha de forma inesperada y atropelló a un peatón que nada tenía que ver con el asunto. Además, uno de los operarios que lo llevaba se rompió una pierna y otro murió a los pocos días aquejado por una enfermedad desconocida. Los problemas se agravaron cuando el precioso ataúd se colocó en la sala egipcia del museo: los vigilantes escuchaban golpes y sollozos que venían del interior del sarcófago; Otras piezas del museo se movían sin causa aparente; Se encontró a un guardián muerto durante la ronda y los otros dejaron el trabajo; Las limpiadoras se negaban a trabajar cerca de la momia. Finalmente decidieron trasladar la pieza al sótano para evitar problemas, pero ésta solución no surtió efecto, ya que uno de los conservadores murió y su ayudante cayó muy enfermo.

La prensa no tardó en enterarse de la situación y comenzaron a trascender versiones sobre la maldición de Amon-Ra. Un reportero hizo una fotografía del sarcófago y cuando la reveló se encontró con un rostro horrible y macabro en lugar de la pacífica expresión que tiene pintada el sarcófago de madera. Se dice que, tras contemplar la imagen durante un rato, el fotógrafo se fue a casa y se pegó un tiro. Finalmente, el Museo Británico decidió desprenderse de la “Princesa”. Un coleccionista la compró y, tras la clásica cadena de muertes y desgracias, la encerró en el desván y buscó ayuda.

El “asustado” caballero acudió a nada más y nada menos que Madame Helena Blavatski, quien en ese momento era toda una autoridad en lo que se conocía como “ocultismo” de principios del siglo XX (hoy fenómeno paranormal). Al entrar en la casa sintió una presencia maligna emanar del desván. Descartó la idea del exorcismo y suplicó a su propietario que se deshiciera de ella con urgencia. ¿Pero quién, en toda Inglaterra, iba a querer comprar una momia maldita? Nadie. Afortunadamente, fuera del país surgió un comprador: un arqueólogo americano que adjudicó las desgracias a una cadena de casualidades. Se preparó el envío a Nueva York. La noche del 10 de abril de 1912, el propietario cargó los restos mortales de la princesa de Amon-Ra en un barco que se disponía a atravesar el Atlántico con dos mil doscientos veinticuatro pasajeros: el trasatlántico clase Olympic R.M.S. Titanic.

P.D. El egiptólogo racionalista que hay dentro de mí quiere dejar claro un dato: en los registros de equipajes del Titanic no se tiene constancia de que hubiera ninguna momia egipcia.