viernes, 26 de diciembre de 2008

El mito de los días epagómenos


En su origen, el año egipcio contaba tan solo con 360 días.

Según la leyenda, Geb (la Tierra) y Nut (el cielo) estaban tan unidos amándose que no quedaba espacio entre ellos. Esta situación enfureció a Atum (el primer dios que cobró forma, "aquel que vino a la vida por sí mismo", señor de Heliópolis, abuelo de Nut y Geb). Así que ordenó a su hijo Shu, dios del aire y padre de ambos nietos, que los separase.

Para ello, Shu se colocó sobre Geb sosteniendo la cabeza de Nut, de forma que no pudieran tocarse el uno al otro. Sin embargo, Nut había quedado ya embarazada. Atum, enfadado, le prohibió dar a luz en cualquiera de los 360 días que componían el año. Thot, dios de la sabiduría, nacido de Atum, decidió ayudar a Nut y para ello desafió a Khonsu, dios lunar que se encargaba de medir el tiempo, a una partida de senet (juego parecido al backgammon, muy popular en Egipto), pidiendo tiempo a cambio cada vez que venciese. Este dió tiempo y luz de luna por cada partida perdida, y ese es el origen de las fases lunares.

Así Thot ganó a Khonsu los cinco días epagómenos y el año tuvo desde entonces 365 días, de modo que Nut pudo dar a luz a sus cinco hijos: Osiris, Horus, Seth, Isis y Neftis.

¡FELIZ AÑO NUEVO! (Gracias a Thot, claro :-))

viernes, 19 de diciembre de 2008

"Estos días azules y este sol de la infancia"


«Se cumplen sesenta años de la muerte de Antonio Machado, en las postrimerías de la guerra civil. De todas las historias de aquella historia, sin duda la de Machado es una de las más tristes, porque termina mal.

Se ha contado muchas veces. Procedente de Valencia, Machado llegó a Barcelona en abril de 1938, en compañía de su madre y de su hermano José, y se alojó primero en el Hotel Majestic y luego en la Torre de Castañer, un viejo palacete situado en el paseo de Sant Gervasi. Allí siguió haciendo lo mismo que había hecho desde el principio de la guerra: defender con sus escritos al gobierno legítimo de la Repú­blica. Estaba viejo, fatigado y enfermo, y ya no creía en la derrota de Franco; escribió: "Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado". Quién sabe si acertó en esto último; sin duda lo hizo en lo primero. La noche del 22 de enero de 1939, cuatro días antes de que las tropas de Franco tomaran Barcelona, Machado y su familia partían en un convoy hacia la frontera francesa. En ese éxodo alucina­do los acompañaban otros escritores, entre ellos Corpus Barga y Carles Riba. Hicieron paradas en Cerviá de Ter y en Mas Faixat, cerca de Figueres. Por fin, la noche del 27, después de caminar seiscientos metros bajo la lluvia, cruzaron la frontera. Se habían visto obligados a abandonar sus maletas; no tenían dinero. Gracias a la ayuda de Corpus Barga, consiguieron llegar a Collioure e instalarse en el hotel Bougnol Quintana.

Menos de un mes más tarde moría el poeta; su madre le sobrevivió tres días. En el bolsillo del gabán de Antonio, su hermano José halló unas notas; una de ellas era un verso, quizás el primer verso de su último poema: "Estos días azules y este sol de la infancia".» La historia no acaba aquí. Poco después de la muer­te de Antonio, su hermano el poeta Manuel Machado, que vivía en Burgos, se enteró del hecho por la prensa extranjera. Manuel y Antonio no sólo eran hermanos: eran íntimos. A Manuel la sublevación del 18 de julio le sorprendió en Burgos, zona rebelde; a Antonio, en Madrid, zona republicana. Es razonable suponer que, de haber estado en Madrid, Manuel hubiera sido fiel a la República; tal vez sea ocioso preguntarse qué hubiera ocurrido si Antonio llega a estar en Burgos. Lo cierto es que, apenas conoció la noticia de la muerte de su herma­no, Manuel se hizo un salvoconducto y, tras viajar duran­te días por una España calcinada, llegó a Collioure. En el hotel supo que también su madre había fallecido.

Fue al cementerio. Allí, ante las tumbas de su madre y de su her­mano Antonio, se encontró con su hermano José. Hablaron. Dos días más tarde Manuel regresó a Burgos.»Pero la historia —por lo menos la historia que hoy quiero contar— tampoco acaba aquí. Más o menos al mismo tiempo que Machado moría en Collioure, fusilaban a Rafael Sánchez Mazas junto al santuario del Collell. Sánchez Mazas fue un buen escritor; también fue amigo de José Antonio, y uno de los fundadores e ideólogos de Falange. Su peripecia en la guerra está rodeada de misterio. Hace unos años, su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio, me contó su versión. Ignoro si se ajusta a la verdad de los hechos; yo la cuento como él me la contó. Atrapado en el Madrid republicano por la sublevación militar, Sánchez Mazas se refugió en la embajada de Chile. Allí pasó gran parte de la guerra; hacia el final trató de escapar camufla­do en un camión, pero le detuvieron en Barcelona y, cuando las tropas de Franco llegaban a la ciudad, se lo lle­varon camino de la frontera. No lejos de ésta se produjo el fusilamiento; las balas, sin embargo, sólo lo rozaron, y él aprovechó la confusión y corrió a esconderse en el bosque. Desde allí oía las voces de los milicianos, acosándo­le. Uno de ellos lo descubrió por fin. Le miró a los ojos. Luego gritó a sus compañeros: "¡Por aquí no hay nadie!". Dio media vuelta y se fue.»"De todas las historias de la Historia", escribió Jaime Gil, "sin duda la más triste es la de España, / porque ter­mina mal." ¿Termina mal? Nunca sabremos quién fue aquel miliciano que salvó la vida de Sánchez Mazas, ni qué es lo que pasó por su mente cuando le miró a los ojos; nunca sabremos qué se dijeron José y Manuel Machado ante las tumbas de su hermano Antonio y de su madre. No sé por qué, pero a veces me digo que, si con­siguiéramos desvelar uno de esos dos secretos paralelos, quizá rozaríamos también un secreto mucho más esen­cial»

Javier Cercas, "Soldados de Salamina", 2001.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Mis escenas favoritas II: El Ejército de las Tinieblas (Sam Raimi, 1992)

Un poco de sentido del humor, tras dos entradas algo densas. La escena pertenece a "El ejército de las Tinieblas", una comedia fantástica de terror de Sam Raimi. Ash, el dependiente de unos grandes almacenes hace un viaje (involuntario, claro) a la Edad Media, donde el caos reina. Con sus armas modernas (Una escopeta y una motosierra de sus grandes almacenes ayudará a combatir el Mal. Pero debe hacerse con el Necronomicón, un libro maldito que estaba en un viejo cementerio (cómicamente siniestro). El hombre sabio del pueblo le ordenó que antes de cogerlo, SIN FALTA, dijera las palabras ¡CLATU, VERATA, NICTU! Pero...

Esta entrada está dedicada a Leyre, que me ha ayudado a ponerle el nuevo look al blog (¿no ha quedado mal del todo, no? Aunque no me ha salido todo lo bien quería).