jueves, 23 de febrero de 2012

El sueño del loco con el pelo rojo....


Y el Tejedor era Vicent van Gogh soñando....(Clika)

Como Sísifo



¿Porqué caminar siempre cuesta arriba? Como Sísifo en la montaña, con el peso de mil pesares, mil errores, mil arrepentimientos.

¿Eso es la vida? Cuando algo casi animal te impulsa a seguir subiendo la piedra sin un sentido definido, ¿cómo se puede emplear ese impulso para pararse a pensar porqué seguir adelante? Y si no se encuentra ese sentido, ¿cómo afrontar con valentía que has llegado al final de la ascensión, aunque estemos en la mitad de la ladera de la montaña?

No creo que el sentido de la vida sea levantarte cada día pensando en cómo llevar esa carga mejor, cómo subir la empinada ladera de la mejor forma posible. Eso es quizás una forma de resignación, y la vida no debería ser resignación. Cuando la resignación ocupa gran parte de la vida, no creo que se merezca ser vivida.

Quizás el sentido de todo esté en el Amor, en hacer que la vida de los demás en general y de alguien en particular sea mejor. Es la mejor explicación y sentido que he encontrado.

Pero, ¿y qué ocurre cuando uno se queda solo frente al espejo con un cuerpo roto, sin nadie a quien arrancar una sonrisa, alguien a quien amar, con quien sentir que haces algo bien? Es reflejo que devuelve el espejo puede ser en muchos casos patético, y alguna vez aterrador.

lunes, 13 de febrero de 2012

Historias de tigres






El tigre, mi animal favorito, necesita matar un animal grande cada semana aproximadamente, y entre el 30 y el 90% de las veces no lo consigue. Esta ineficiencia relativa es extremadamente costosa en términos de gasto de energía. El resultado es que, herido o no, no hay descanso para un tigre.


La vida del tigre se alegra con la reproducción, pero solo brevemente. Estos momentos de cortejo e intimidad, que por lo general tienen lugar en lo más crudo del invierno, pueden producir comportamientos que cualquier ser humano reconocerá. Arthur Strachan, cazador de tigres, escritor y artista británico, describió el siguiente encuentro entre un par de tigres de Bengala que estaban cazando:



"El macho andaba lentamente con estudiada indiferencia hacia la presencia de la hembra, mientras el cuerpo de su cónyuge parecía hundirse de forma gradual en la tierra al pegarse al suelo como hace un felino cuando se acerca a su presa.
Con los ojos encendidos, las orejas echadas hacia atrás y moviendo la cola, la actitud de la hembra en ese momento era la de una esposa amorosa. Esperó hasta que el tigre estuvo a unos pasos de ella y saltó hacia él como si estuviera decidida a aniquilarlo, alzó una de sus patas delanteras y le dio unas palmaditas cariñosas en la cara. Luego alzó la cabeza y lo besó.
Al principio el macho pareció más bien indiferente a estos síntomas de afecto, pero cuando la hembra se frotó con sus patas y se las mordió juguetonamente, se echó con aire condescendiente y acto seguido comenzó una batalla ficticia entre los dos bellos animales. Hicieron todo esto en absoluto silencio, con excepción de algún que otro "clic" de dientes que chocaban cuando las fauces abiertas entraban en contacto.
Fundidos a veces en un estrecho abrazo, dándose patadas juguetonas con las patas traseras, a veces pegándose delicadamente con las patas delanteras, estuvieron revolcándose así durante cerca de un cuarto de hora".

No obstante, estos momentos de ternura son contadísimos. La territorialidad y la capacidad de venganza sostenida, por así decirlo, del tigre siberiano son a la vez legendarias y reales. Lo asombroso -y también aterrador- de los tigres es su facilidad para lo que sólo puede calificarse de pensamiento abstracto.


Serguei Sokolov, ex inspector de caza e inspector, contó el siguiente incidente con un viejo cazador en una región del sureste ruso.


"Había poca comida para los jabalíes allí, de modo que también había pocos jabalíes. Además, un tigre visitaba el territorio del cazador con regularidad y ahuyentaba a los pocos jabalíes que quedaban. Así que el cazador decidió matar al tigre e instaló una trampa con fusil. La primera vez, el fusil no quedó bien instalado y disparó, pero no mató al tigre, sólo le rozó la piel. El cazador volvió a instalarlo, y más adelante, basándose en las huellas, observó que el tigre tocó el cable trampa, oyó el disparo fallido, retrocedió poco a poco e inmediatamente fue a por el cazador. El tigre comprendió quién estaba ahí, quién instaló la trampa y quién trataba de matarlo. Mi siquiera siguió las huellas del cazador; fue directamente a su cabaña, como si utilizara una brújula.
El cazador me dijo: "Yo estaba cerca de la cabaña, cortando leña, cuando, de repente, tuve la sensación de que alguien me estaba observando. me volví y vi al tigre a unos treinta metros, con las orejas alzadas dispuesto a atacar".  El cazador entró corriendo en su cabaña y durante tres días no salió de ella, ni siquiera para mear; tuvo que hacerlo en el lavabo. El cazador no era un hombre instruido y normalmente no escribía ni siquiera una carta a alguien, pero durante aquellos tres días, según dijo, se convirtió en un escritor "como León Tolstoi, escribió toda una novela sobre lo que sucedió", porque pensaba que sin duda el tigre iba a matarle y, como mínimo, quería que la gente supiera lo que había ocurrido. Al cabo de tres días, el cazador finalmente se atrevió a salir, inspeccionó los alrededores y encontró el lugar donde el tigre había estado esperando. A juzgar por la nieve derretida, calculó que el tigre había estado allí varios días. Después de eso, el tigre se fue de su territorio".

(Extractos de "El tigre", de John Valliant).