viernes, 23 de abril de 2010

Perdido


Él yacía tirado en una acera. No sabe como ocurrió, sólo que dejó de sentir sobre sí la mirada interesada de sus ojos y ahora estaba rodeado de pasos extraños, en una transitada calle de Madrid. Alguien lo levantó ligeramente y lo miró, y él vio como le dedicaban un gesto de desinterés y como volvía al frío suelo de la ciudad. Nunca olvidaría la mirada verde-azul que lo recorría con pasión, y que ahora lo había abandonado por una jugada del azar.

Unas manos femeninas lo cogieron, y miraron su interior con curiosidad. Se quedó mirando la superficie, sin profundizar en las mil historias que tenía que contar, y en la pasión que podía provocar en la persona adecuada. Esa persona a la que nunca volvería a ver, que no sabría de su pérdida hasta buscarle y no hallarle.

Las manos femeninas lo acogieron en su seno, y el sintió de nuevo la cercanía de alguien vivo, aunque de un modo infinitamente más frío que su amante del pasado. Pasó tiempo junto a ella, él no supo cuanto. Sólo que la oscuridad lo envolvía, algo como un ahogado en una mar poco profundo, con los ecos de la vida exterior atenuados por el agua.

De pronto, la luz lo inundó todo. Volvió a sentir las manos femeninas, que lo sacaban de un bolso y lo dejaban sobre una madera fría.

“He encontrado este libro perdido, pensé que podrían guardarlo aquí” –dijo ella.

“Claro, no hay problema”, dijo un bibliotecario, mientras le dejaba en compañía de otros libros viejos y quizás perdidos esperando a que los ordenaran para dormir en la biblioteca pública.