jueves, 28 de abril de 2011

El largo adiós de las rubias


La novela negra nunca ha sido uno de los géneros que más he leído, y ahora me pregunto porqué. Claro está, he disfrutado en mis años más jóvenes con los precedentes de lo que se conoce como Novela Negra, pero que aún no pueden considerarse como tal parte del género, creo. Sherlock Holmes y Hercules Poirot acompañaron mis lecturas entre los 17 y los 20, más o menos. Luego me dediqué más a otros derroteros: descubrí a Homero, J.R.R. Tolkien, Paul Auster, H.P. Lovecraft, pero de Novela Negra nada. Y me he propuesto llenar esa laguna ultimamente con "El largo adiós", de Raymond Chandler. Ya digo que no había leído nada de él, pero sabía de la existencia de su protagonista, el investigador privado Phillip Marlowe, al que es inevitable ponerle la cara de Humphrey Bogart, que le encarnó en "El halcón maltés".

Pues lo estoy disfrutando mucho, y podría poner varios fragmentos que me hacen querer profundizar en este género y en este autor. Pero quizás el que se lleva la palma es esta reflexión sobre las rubias (las mujeres, no las cervezas), y eso que a mi me gustan las morenas más (las mujeres... y las cervezas también, siempre que se disponga del tiempo que requieren para disfrutarlas. Las rubias -las cervezas, insisto- son más "fáciles", uno se las bebe más rápido). Lo leí anoche, y ha sido un gran momento que me gustaría compartir.

"“… El mozo pasó a mi lado y dirigió una mirada suave al débil whisky con agua de mi vaso. Sacudí la cabeza y el mozo siguió de largo. Fue entonces cuando entró en el bar un verdadero sueño en forma de mujer. Por un instante me pareció que todo sonido se había apagado en el bar, que los dos graciosos habían cesado de negociar y que el borracho sentado en el taburete había dejado de mascullar; fue como cuando el director de orquesta golpea con la batuta en el atril levanta los brazos y mantiene a todos en suspenso. Era delgada y bastante alta; llevaba un traje sastre de hilo blanco con un pañuelo de pintitas blancas y negras alrededor del cuello. El cabello era de color oro pálido como el de las princesas de los cuentos de hadas. El pequeño sombrero y el cabello dorado alrededor recordaban un pájaro en su nido. Los ojos eran de un color extraño, azul violáceo, y las pestañas largas y quizá demasiado claras. Se dirigió hacia la mesa de enfrente y empezó a sacarse los guantes blancos. El mozo se acercó en seguida y le apartó la mesa en tal forma y con tanta deferencia como ningún mozo del mundo me la hubiera apartado a mí de esa manera. La joven se sentó, aseguró los guantes con una cadenita de la cartera y agradeció al mozo con una sonrisa tan suave, tan exquisitamente pura, que el hombre casi quedó paralizado por la emoción. Ella le dijo algo en voz baja y el mozo, después de inclinarse hacia adelante, salió casi corriendo. He ahí un tipo que realmente tenía una misión en la vida.
Le clavé la vista y ella captó mi mirada. Levantó los ojos un centímetro y me pareció que había dejado de existir: casi perdí el aliento.
Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no sé qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter. Tan suave y blanco como el empedrado de la acera. Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo. Existe la rubia que lo mira a uno de arriba abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene ese maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contento de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará así, es un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.
Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto —siempre que sea visón —o adónde va— siempre que sea el “Starlight Roof” y haya mucho champaña seco—. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común que sabe judo y puede lanzar al aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más de una frase del editorial del Saturday Review. Existe la rubia pálida, pálida, con anemia de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida o Dante en el original o Kafka o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora la música, y cuando la Filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith, ella puede decirle a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.
Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del hampa y después se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con una villa de color de rosa pálido en Cap d'Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chófer y acompañante, y una caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa conque un anciano duque dice buenas noches a su criado”."

martes, 12 de abril de 2011

森の木琴

No sé que significa el título original del vídeo, pero le pega. Algo muy bonito digno de estar aquí...(por cierto, tiene música: natural y de la humana. A ver si la reconoces ;-)).