No soy una persona a la que los dioses le hayan dado especiales dotes para la ciencia aplicada. Toda la matemática, la física, la química y disciplinas similares siempre han sido un arcano para mi (el mayor, la teoría de las cuerdas, el Big Bang y esas cosas. Es como si me hablaran en klingon -tampoco soy un trekkie :-P). La mayoría de las veces me han aburrido bastante. De todos modos, estoy seguro de que ha sido culpa de malos profesores...
Una cosa que si me gusta son las historias, y en particular las que acaban mal. Los finales felices, por lo general, son aburridos y previsibles. Y esta historia acaba mal, con un epílogo sorprendente que en realidad es lo que ha inspirado esta entrada. Si, la introducción quizás ha quedado larga. Te aguantas ;-).
A Alan Turing se le considera uno de los padres de la informática. Su gran historia empieza el año 1938. Ese año se estrenó su película preferida: Blancanieves y los siete enanitos. Estaba fascinado con la película de Disney hasta el punto de ir a verla regularmente al cine. Además, ese mismo año fue reclutado para trabajar en Bletchley Park, un edificio señorial en Buckinghamshire, puesto al que se incorporaría en 1939. Turing vivía en una pensión cercana y todos los días acudía a su puesto de trabajo en su bicicleta estropeada. Su carácter era distante y odiaba que el resto de sus personas se acercase a sus cosas. Quizá por ello nunca dejó de usar su bicicleta estropeada, ya que era un vehículo que pocos más habrían podido manejar. Cuando la utilizaba, sus vecinos y compañeros observaban como a veces Turing se bajaba de ella y movía la cadena. Es muy probable que pocos de ellos conocieran el motivo. Se cuenta que la bicicleta tenía un eslabón de la cadena torcido y un radio de la rueda medio suelto. Por separado estos problemas no impedían que la bicicleta funcionase con normalidad pero cuando eslabón y radio coincidían en una determinada posición, la cadena se salía. Turing había calculado la frecuencia con que esto sucedía y contaba mentalmente las revoluciones mientras paseaba en su bicicleta, cuando se acercaba al número en que ambos fallos coincidían se bajaba y volvía a poner la cadena a cero. Alan Turing tenía la típica imagen de científico retraído pero genial que podemos imaginar. No hablaba con mujeres a no ser que fuera de fórmulas matemáticas, se centraba en su trabajo todo el día, siempre en su mundo de números y ecuaciones. En eso era el mejor.Turing construyó una máquina de cálculo para usarla en la ruptura de los códigos Enigma, la poderosa máquina de cifrar de los alemanes que trajo en jaque a los aliados. La lucha de los criptoanalistas de Bletchley Park contra la máquina Enigma alemana duró prácticamente toda la guerra.La labor de Turing durante los años de la guerra fue, sin duda, la que más contribuyó a supremacía aliada frente al eje en cuestiones de criptoanálisis. Si el Profe (como le llamaban en Bletchley Park) no fue decisivo para la victoria aliada, es seguro que sin él esta victoria habría tardado bastante más en llegar.
Tras la guerra, Turing se embarcó en el proyecto de construir el primer computador digital. Sin embargo, su poca labia y su apariencia desaliñada le sirvieron de poca ayuda a la hora de conseguir subvenciones siendo un proyecto de John Von Neumann el que finalmente se llevó a cabo. Hoy en día los ordenadores que usamos son evoluciones, todos ellos, de la máquina de Neumann, no de la de Turing. Sin embargo, aunque Neumann pudo diseñar y construir su máquina gracias a las ideas de Turing, las contribuciones de éste no fueron reconocidas hasta la década de los noventa.
A Turing pareció importarle poco que fuera el diseño de Newman y no el suyo el que fue llevado a la práctica finalmente. Dicen los expertos que siguió trabajando y publicando, y que puso las bases para lo que hoy conocemos como Inteligencia Artificial.
Una de las mas brillantes mentes del siglo XX, un genio reconocido que además había salvado la vida a miles de personas ayudando a romper los códigos alemanes, uno de los padres de la informática, veía como caía sobre el una horrible condena, que estaba deformando su cuerpo, simplemente por acostarse con quien no debía según las leyes de su pais. Sus compatriotas, aquellos a quienes había ayudado más que ningún solo hombre a ganar la gran guerra, se permitían el lujo de cuestionar su vida privada y condenarlo por ella.
Turing tenía claro que aquella no era la vida que él quería vivir. No consideraba lógico mentir sobre algo tan trivial como su sexualidad y no estaba dispuesto a vivir toda su vida con aquellas inyecciones de hormonas. Él eligió su propio camino. Un día de 1954, inspirándose en su película preferida, compró una manzana y se encerró en su casa. Subió a su estudio, roció la manzana con cianuro y le dio un bocado. El Profe murió como quiso.
Casualidades de la vida, una manzana (¿la manzana de Turing? Yo creo que si) está muy presente en nuestras vidas.
Casualidades de la vida, una manzana (¿la manzana de Turing? Yo creo que si) está muy presente en nuestras vidas.
1 comentario:
Querido César:
Sí, he leído la entrada y me ha gustado mucho, pero al final no me has contado de dónde sacaste la historia. Tú siempre haciéndote el misterioso, jajaja!
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