
Escritos por los escribas hacia el 1.500 antes de nuestra era en papiros, fragmentos de caliza, vasos… Los Cantos de amor se recitaban en público en las calles, las tabernas y los campos, acompañados del arpa, el laúd, el tamboril o las palmas.
Primer canto
La única, la amada, la sin par,
la más bella del mundo,
mírala, parece el lucero del año nuevo,
en el umbral de una bella anualidad.
Aquella cuya gracia brilla, cuya piel resplandece,
tiene ojos de claro mirar,
y labios de dulce hablar.
Palabra superflua alguna, jamás le oirás pronunciar.
Ella, la del cuello largo, la del pecho luminoso,
posee una cabellera de lapislázuli hermoso.
Sus brazos sobrepasan el resplandor del oro,
Cada uno de sus dedos es como un cáliz de loto.
La de la cintura lánguida y las caderas finas,
cuyas piernas preservan la belleza,
cuyos andares están llenos de nobleza,
cuando pone los pies sobre la tierra,
con sus besos me arrebata el corazón.
Hace que todos los hombres
Se vuelvan a contemplarla.
Y a aquel a quien saluda, hace sentir feliz.
Pues entre los muchachos el primero se cree así.
Cuando de su morada sale,
uno cree ver a Aquella que es única.
Canto segundo
Con su voz, mi amado turbó mi corazón,
y me ha dejado presa de la languidez.
Vive junto a la casa de mi madre,
y en cambio no sé cómo ir hasta él.
¿Acaso, en mi aventura, podría mi madre ser buena?
¡Ah! Pues me iré a verla.
Mira, mi corazón rehúsa pensar en él,
incluso cuando su amor me arrebata.
Mira, es un insensato,
Pero yo me lo parezco.
No conoce mi deseo de tomarlo entre mis brazos.
No sabe que hasta mi madre por él he caminado.
Amado mío, ¡ojalá Dorada[1] a ti me haya destinado!
Ven a mí, que vea tu belleza,
que padre y madre felices sean,
que los hombres todos te festejen,
oh amado mío, y te celebren.
Canto quinto
Adoro a la Dorada,
alabo su majestad,
celebro a la señora del cielo,
canto las alabanzas a Hathor, y la gloria de la dama soberana.
Le imploré; ella atendió mi plegaria
y me envió a mi señora.
Ella vino para verme,
Y así algo grande me adivino.
Me regocijé, me entregué al júbilo, sentí la plenitud,
cuando me fue dicho: “Mira, hela aquí”.
Ahora bien, ante ella que avanzaba, los jóvenes se inclinaban,
con gran amor hacia ella.
A mi diosa hice un voto;
pues ella me dio la amada
a lo largo de tres días, tras habérselo rogado.
Hace ahora cinco días que me ha abandonado.